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Óscar Atehortúa Ríos

"El oído no miente"

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Luis Elías Atehortúa, quien tocaba la bandola, le dijo estas palabras a Oscar, su hijo de 5 años, cuando le estaba enseñando a tocar guitarra, y añadió: “El oído es mejor que cualquier nota”; mientras tanto, María de los Ángeles Ríos, su madre, bordaba y hacía crochet cantando.

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Oscar Atehortúa Ríos, a sus 80 años, con 8 hijos y 11 nietos, en este segundo año de pandemia, nos recibió en su casa a finales del 2021 gozando de plena salud y entusiasmo, y el 1 de diciembre de ese mismo año falleció.

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El día de nuestra visita, sentados en un gran patio, rodeados de objetos antiguos pertenecientes a sus antepasados, recordó las palabras de su padre, ese hombre que no sabía firmar, que venía del municipio de Guarne y que no supieron cómo aprendió a tocar la lira; fue arriero, construía casas, alambraba; fue   el primer músico que se conoció en Santa Elena y que hizo parte de la “estudiantina López”, hace aproximadamente 70 años.

Recordó don Oscar que en ese entonces no había energía y cada día se levantaban a las 5 de la madrugada a cuidar los cerdos y las gallinas, ordeñar las vacas y recoger leña.  Desayunaban a las 8 de la mañana, tomaban media mañana, almorzaban, tomaban el algo, rezaban el rosario, comían, tomaban merienda y ese era el momento para interpretar los bambucos y pasillos que su padre le iba enseñando, a puro oído, y que “a la luz de una vela sonaban más bellos” mientras en el fogón de leña se cocía el maíz para las arepas del desayuno del día siguiente.  “Molé trapiche” fue la primera canción que se aprendió.

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Con Luis Enrique su hermano empezó a llevar serenatas.  Los llamaban “los chuvitas”, “los hermanos chuvas”.  Hubo días en que llevaban 5 y 6 serenatas  y debían esperar hasta las 12 de la noche para empezar a llevarlas; muchas veces se mojaron y él tenía que empatar a la madrugada y seguir derecho, sin dormir, porque debía bajar a Medellín al barrio Buenos Aires en donde vendía frutas.  Por eso, don Oscar afirmó que la música le trajo muy buenos recuerdos así como amarguras.

Pasó 22 años cantando con los hermanos Octavio, Gilberto y Pedro Soto de la vereda El Llano.  Ensayaban los miércoles y sábados después de las 7 de la noche.

Recordó a “las Garabatas”, hermanas Atehortúa Soto de la vereda El Plan, que eran muy buenas músicas, a Fabio Atehortúa, los Hincapié y los Toños de San Ignacio, Efrén y Oscar “los Gallegos” de la vereda El Plan; muchos de ellos confluyeron en las convocatorias que hace muchos años se hacían en el parque de Santa Elena.

Participó en la Romerías que organizaban en Barro Blanco cuando él tenía entre 13 y 15 años y que duraban hasta dos días, donde iban a conseguir novia y se realizaban los mercados campesinos.  Estuvo en el Hotel Hilton en Cartagena, en Bogotá e Ibagué, además de múltiples presentaciones y serenatas en Medellín y en toda Santa Elena.

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“El Descanso” es el nombre de su finca silletera en la vereda El Cerro. Así la bautizó su padre quien a causa de una enfermedad se tuvo que ir a vivir a Medellín y cuando lo subían a su casa de siempre, exclamaba: “Este es el descanso”.

En las paredes se exhiben artículos antiguos, recuerdos y frases motivacionales y reflexivas. Desde la entrada se advierte que es obligatorio usar el tapabocas.

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A un lado de la casa, dentro de la misma finca organizó un lugar llamado “La caminera” en donde tiene exhibidos los reconocimientos, las fotografías y las menciones de las múltiples actividades en las que ha participado.

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La huerta era el gran tesoro de don Oscar. Desde hace muchos años, cuando en un encuentro de campesinos en el jardín botánico de Medellín vio un letrero que llamaba la atención acerca de los peligros de los venenos químicos, inmediatamente volvió al cultivo orgánico, como se hacía antes, como le habían enseñado sus padres desde que estaba muy pequeño.

Durante el recorrido por este, su gran orgullo, nos encontramos con gran variedad de plantas y llamativas flores que atraen abejas y aves como el colibrí. Pasamos por el fríjol petaco y el fríjol vida que sirven de alimento; más adelante está el protector tabaco entre variedad de lechugas, zanahorias, coliflores, brócolis, acelgas, espinacas, albahaca, vitorias, ahuyamas y el protagonista y producto estrella: el tomate perlita. Intercaladas hay una variedad de plantas medicinales y aromáticas plantadas con el sistema alelopático que consiste en la interacción armónica entre las plantas ya que unas estimulan y otras inhiben la proliferación de malezas y algunos insectos.

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Vimos también algunas plantas menos comunes en la zona,  como el maíz morado, y el huacatay, muy conocidas en Perú y Bolivia, las que le llegaron por medio de los  diferentes encuentros de trueques de semillas, eventos realizados por “Custodios de semillas”, grupo al que perteneció  don Oscar, y que busca preservar las semillas nativas y criollas. Con vocación de maestro participó en encuentros de campesinos agroecológicos y siempre procuró “entregar lo que se aprende” como le enseñó su papá.

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Este campesino que en el 2021 actúo en la película “ciudad de las fieras “dirigida por Henry Rincón, que no sabía qué es el solfeo y que tampoco sabía hacer tintos, enamorado de la música, del campo y de la paz,  se preguntaba para qué la fama.

Quería que cuando se muriera, lo enterraran, porque “a la tierra es adonde debemos volver”. 

Don Oscar, pionero de los silleteros, líder en la recuperación del cultivo orgánico en la región, y por encima de todo músico, todos los días tocaba el tiple durante media hora por la noche: “Un tiple y un corazón son los saberes que tengo. Son mi bastón, mi bandera”.

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“Pintado en la pared” quedó su rostro en un muro aledaño a su huerta, en el mural de la estación Bicentenario del tranvía de Ayacucho, junto a la costurera y en una caja de cables telefónicos que está más arriba, en la carrera 29, cuando el tranvía voltea en dirección a la estación Miraflores. Y pintado en el alma de muchos quedó además de su rostro, sus enseñanzas, su tiple, y su corazón: Su bastón y su bandera.

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Noviembre 2021
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